» Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas…»
Isadora Duncan
La bailarina estadounidense Isadora Duncan, cuya innovadora técnica en su ejecución que se caracterizó por movimientos libres, fluidos y cargados de pasión, dieron fin a la rigidez del ballet clásico y han sido las bases para la danza contemporánea del siglo XX.
Su estilo de danza era completamente nuevo y rompía con la rigidez del ballet clásico, además de utilizar música de concierto, que originalmente no había sido compuesta para ser bailada.
Isadora, fue pionera en su ramo y alcanzó la perfección siendo su propio maestro, en el que para ella, el cuerpo debía ser translúcido para proyectar el alma y el espíritu. Sus enseñanzas y personalidad son ahora parte importante del desarrollo de la danza.
Dora Angela Duncan, su verdadero nombre, nació el 26 de mayo de 1877 en San Francisco, California. Según sus biógrafos, su espíritu bailarín se asomó desde muy temprana edad, pues con sólo 10 años de edad abandonó la escuela para impartir clases de danza y contribuir a los gastos de la familia. De padres divorciados, la madre de Duncan debió ser una figura extravagante para la época por independiente, aferrada a los hijos y sin fe religiosa. Aborrecía los convencionalismos. Eligió el feminismo entre la presión calvinista y el credo católico.
Era amante de los cánones de belleza de la antigua Grecia, de tal modo que en sus actuaciones se vestía con una túnica transparente, con los pies, brazos y piernas desnudos, y con su largo cabello suelto. A pesar de que los críticos no soportaban ver a una mujer irreverente que bailaba descalza, con una túnica y sin maquillaje, admitían que en su danza había un arte original y apasionado. Su estilo de danza era completamente nuevo y rompía con la rigidez del ballet clásico, además de utilizar música de concierto, que originalmente no había sido compuesta para ser bailada. Debido a su rechazo por las técnicas formales y a la utilización de los movimientos naturales, la danza de Duncan parecía una constante improvisación. A través de la ejecución de su baile suscitó en el coreógrafo ruso Mijáil Fokine, una enorme influencia en el ballet del siglo XX, así como a coreógrafos estadounidenses como Ruth St Denis y Ted Shawn. La escuela pronto se extendió y fundó compañías de danza en varios países europeas, incluyendo Alemania, Francia y Rusia, y tuvo como alumnas a Martha Graham y Mary Wigham.
Su vida personal fue tan poco convencional como la expresión de su arte.
Como escribiera el uruguayo Eduardo Galeano en su alabanza a las mujeres (Memorias del Fuego, Vol. III): «La libertad ofende. Mujer de ojos brillantes, Isadora es enemiga declarada de la escuela tradicional, el matrimonio, la danza clásica, y de todo lo que enjaule al viento. Ella baila porque bailando goza, y baila lo que quiere, cuando quiere y como quiere, y las orquestas callan ante la música que nace de su cuerpo».
Su muerte fue una verdadera tragedia. Mientras conducía su automóvil, el extremo del pañuelo que adornaba su cuello se enredó en una de las llantas y le quitó la vida el 14 de septiembre de 1927 en Niza, Francia. En ese mismo año publicaron su autobiografía titulada ‘Mi vida’.